No han conocido ningún Mayo del 68, muchos de ellos sólo conocen la Transición de oídas o tal vez recuerdan la exaltación de la Monarquía en algún documental hagiográfico sobre la “madurez” española. Han sentido el profundo hastío de los clichés y de las palabras huecas de los grandes políticos mediáticos, les ha asqueado la corrupción e incluso han llegado a pensar en algún momento que todo político esconde en su interior un Jesús Gil en su jacuzzi. Algunos dicen que “todos son iguales”, pero otros quizá recuerden a esos tipos honestos de su agrupación, de su ayuntamiento, tipos que cambiaron pequeñas cosas. “Democracia”, “Igualdad”, “Pueblo”, “Libertad”, “Política” son palabras que ya no les dicen nada, sobadas, recalentadas, manoseadas por tipos de sonrisa fácil y mirada enigmática. Tantas veces puestas entre comillas, como suspendidas, que se deshacen en las manos. Cuántos eufemismos. Buena metáfora la del Director del FMI: no nos estaban acosando; era consentimiento mutuo.
Han vivido el agotamiento de sentido de estos viejos términos, pero conocen la precariedad de su puesto de trabajo, las pequeñas humillaciones de la oficina y, en ocasiones, cuando termina el fin de semana, aflora un sordo malestar, la sensación de haber sido estafados. Han tragado tantos sapos que éstos ya hasta han dejado de saber mal. Pero algunos tal vez recuerden esa extraña dignidad de sus abuelos, esa vieja risa cómplice de los camaradas que todavía se sentían trabajadores y les dolía el cuerpo al llegar a casa. Por si fuera poco, enseñados a ser buenos chicos y a reírse de los “anti-sistema”, les han robado hasta la rabia, esa rabia fresca que les impidió llamar hijo de puta a su jefe cuando, al quejarse, le dijo que era un privilegiado. Joder, incluso no han llegado a ver “La bola de cristal” y sólo creen que “punk” de verdad sólo es Shin Chan. Por eso cuando tratan buscar palabras para expresar su ira, no tienen ya nada a mano; un sonido hueco resuena tan pronto quieren hablar. Y, sin embargo, son ciudadanos en busca de un guión político.
No es extraño que en estos días hayan descubierto que no están tan locos, que no están tan solos y que quizá han vivido como en un sueño aislado. Que su basura se encadena con otras basuras y que esto está oliendo ya muy mal. A veces desean que todo se vaya a la mierda, que llegue la policía y se arme la de Dios. Si lo bueno era esto, cuanto peor sea, mejor. Pero en otros momentos descubren que la forma en que les putearon se parece a las formas en las que putearon a los demás y que ya no eran los que eran antes. Y que si son más fuertes, tal vez puedan construir algo. Que lo malo nuevo no puede permitirse el lujo de entregar lo bueno viejo al enemigo. Por eso son ciudadanos en busca de un guión político.
No saben lo que está pasando, pero, de repente, han comprendido cómo su falta de certezas, su indefinición es interpretada, como un acto reflejo, por tertulianos, políticos, “representantes del pueblo”, cantantes, actores y actrices. Las mismas palabras, otra vez entre comillas, los mismos gestos. Actos defensivos. Gente que “sabe”, en efecto, lo que está pasando. Les llaman “los indignados”, como si sus descubrimientos en la plaza sólo fueran reacciones puntuales parecidas al cobro de una tarifa indebida. Por eso empiezan a intuir que otra palabra se está poniendo otra vez entre comillas.
Ellos tratan de buscar realidad a las palabras, de darles carne y hueso, porque son ciudadanos en busca de un guión político.
Han vivido el agotamiento de sentido de estos viejos términos, pero conocen la precariedad de su puesto de trabajo, las pequeñas humillaciones de la oficina y, en ocasiones, cuando termina el fin de semana, aflora un sordo malestar, la sensación de haber sido estafados. Han tragado tantos sapos que éstos ya hasta han dejado de saber mal. Pero algunos tal vez recuerden esa extraña dignidad de sus abuelos, esa vieja risa cómplice de los camaradas que todavía se sentían trabajadores y les dolía el cuerpo al llegar a casa. Por si fuera poco, enseñados a ser buenos chicos y a reírse de los “anti-sistema”, les han robado hasta la rabia, esa rabia fresca que les impidió llamar hijo de puta a su jefe cuando, al quejarse, le dijo que era un privilegiado. Joder, incluso no han llegado a ver “La bola de cristal” y sólo creen que “punk” de verdad sólo es Shin Chan. Por eso cuando tratan buscar palabras para expresar su ira, no tienen ya nada a mano; un sonido hueco resuena tan pronto quieren hablar. Y, sin embargo, son ciudadanos en busca de un guión político.
No es extraño que en estos días hayan descubierto que no están tan locos, que no están tan solos y que quizá han vivido como en un sueño aislado. Que su basura se encadena con otras basuras y que esto está oliendo ya muy mal. A veces desean que todo se vaya a la mierda, que llegue la policía y se arme la de Dios. Si lo bueno era esto, cuanto peor sea, mejor. Pero en otros momentos descubren que la forma en que les putearon se parece a las formas en las que putearon a los demás y que ya no eran los que eran antes. Y que si son más fuertes, tal vez puedan construir algo. Que lo malo nuevo no puede permitirse el lujo de entregar lo bueno viejo al enemigo. Por eso son ciudadanos en busca de un guión político.
No saben lo que está pasando, pero, de repente, han comprendido cómo su falta de certezas, su indefinición es interpretada, como un acto reflejo, por tertulianos, políticos, “representantes del pueblo”, cantantes, actores y actrices. Las mismas palabras, otra vez entre comillas, los mismos gestos. Actos defensivos. Gente que “sabe”, en efecto, lo que está pasando. Les llaman “los indignados”, como si sus descubrimientos en la plaza sólo fueran reacciones puntuales parecidas al cobro de una tarifa indebida. Por eso empiezan a intuir que otra palabra se está poniendo otra vez entre comillas.
Ellos tratan de buscar realidad a las palabras, de darles carne y hueso, porque son ciudadanos en busca de un guión político.